lunes, 28 de julio de 2008

CONCHA ZARDOYA (cuatro poemas)

DMINIO DEL LLANTO
(A Jerónimo y a José Luis Durán de Cotes)

¡Ay! La tierra que habito, sin dinteles
se ofrece resignada al verde llanto
que de la nada viene al universo,
dominando en el centro de los ojos.

Hasta el cariño es agua de tristeza.
Hasta el cariño es césped vulnerable.
Y de lágrimas nacen las violetas,
el suave musgo negro de las ruinas.

¿Duros cielos que buscan el olvido
Propagan el dolor sobre la nieve?

¿Duros cielos agolpan, tumultuosos,
las legiones del llanto en los países?

¿Son los ángeles fieros, despeinados,
huidos del Señor y de sus tronos?

¿Son los caballos ciegos de los bosques,
en galopar frenético, sin rumbo?

¿Son las manos del viento, enloquecido,
golpeando las torres y los senos
de las vírgenes nubes, de las niñas
que lloran sin saber los sueños tristes?

¿O es el rayo de Dios que incendia y pide
torrentes de dolor para apagarse,
o refrescar la sed que tiene viva
con el llanto crecido entre los hombres?

Y el corazón se estalla como un fruto,
calcinado de amor bajo los árboles:
el compasivo llanto le convierte
en una roja flor desesperada.



LA NOCHE

«Duérmete» - dicen
los que no duermen.

Se abren las sombras:
sus brazos te mecen.

Las aves del sueño
en ellas se ciernen.

Tus ojos, despacio,
a un pozo descienden.

Los pájaros, hondos,
tu sueño protegen.

Dormida, te salvan
de voces que temes.

Dormida, la noche
te vela sin verte.


EN OTRA ORILLA
(A Rosalía de Castro)


En otra orilla estás, en donde sueñas
con el Sar y sus aguas de ceniza,
con montes grises y árboles desnudos,
con las dolientes brumas de las rías,
los tristes charcos negros de la lluvia
y el largo, largo viento que gemía.

En otra orilla estás, ya sin campanas,
pero sueñas aún con esas íntimas
aguas de hondas fuentes que lloraban
por desvalidas aves fugitivas.

Y la verde frescura de los campos
en la noche se acerca hasta tu orilla.
En la otra ribera te acompañan
los sueños que soñaste en la vida,
cumplidos ya, colmada primavera
de tu alma dulce, pura, sensitiva.

Y el más largo silencio de los muertos
te da su paz y larga compañía.




EL ABANICO

Ha cerrado tu mano el abanico
y sonreír tu boca sólo sabe
en dulce faz que el tiempo no ha borrado
todavía.

Desde tu ayer me miras y su niebla
encubre días, noches, largos años.
Más joven que yo eres, madre mía,
y parece que buscas un refugio
que yo quisiera darte sin dudarlo.

Hija mía
serías tú... Soy vieja -ya lo sabes-,
mas tu cuna sería el corazón
que no envejece nunca en su ternura:
en él te mecería dulcemente.

Y mecer tu sonrisa yo sabría.
Tu abanico ha de abrirse al nuevo aire
con ademán feliz y gesto suave:
la gasa rasgaría de gris niebla.

Trasvasadas sonrisas tuyas, mías,
unirán el pasado y el presente.
Han trasvasado amor de las dos almas:
se abre el abanico lentamente...

Y de nuevo a tu lado soy ya niña
y tú madre otra vez, con tu abanico
que abres y reabres sonriendo.

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